Seguro que esto te resulta familiar.

La cuenta atrás ha comenzado. En pocos meses tienes que armar un trabajo de investigación inédito, donde tú tomas todas las decisiones: desde la elección del tema y la pregunta de investigación hasta la defensa frente a un tribunal. Es tu responsabilidad, estás al mando del barco y hay que llegar a buen puerto.

El tema es que nadie te ha explicado ni siquiera cómo se agarra el timón, pero todos esperan que lo consigas.

Como todo trabajo autónomo, se entiende que debes recorrer gran parte del camino por tu cuenta. De pronto, todo son dudas, agujeros negros y mal rollo. Incluso sientes que tu cerebro va convirtiéndose en un signo de interrogación gigante. Te sientes como en las películas de guerra, cuando el general de turno envía a una misión suicida a un soldado tembloroso, no sin antes darle una palmada en la espalda:

“Suerte, muchacho”.

Eso es. Tu proyecto es una misión suicida. Vamos, un problema.

Ésta es la realidad de muchos estudiantes de grado, máster y doctorado.

Poco a poco, vas avanzando con pasos tímidos. El proyecto que tienes por delante es arduo, pero ya has puesto a prueba tu voluntad en anteriores ocasiones, y siempre ha habido finales felices.

Esta vez es diferente.

La ilusión inicial va dejando paso a unos espesos nubarrones negros en el horizonte. El trabajo se acumula, las tareas se reproducen como hongos en una casa con humedades. Las horas de trabajo se multiplican, el estrés y el cansancio crónico se convierten en tus inseparables compañeros de viaje. Además, tus amistades, tu pareja y tu familia te dan por desaparecido, y disfrutar de tu vida social y aficiones se ha convertido en una especie de lujo exótico.

A pesar de todo tu esfuerzo, crees que no vas a llegar a tiempo. Estás adquiriendo nuevos hábitos de trabajo a marchas forzadas, pero tienes la sospecha constante de que no estás optimizando tu tiempo, tu esfuerzo ni tus recursos disponibles. Te sientes dentro de una espiral: sólo piensas en el proyecto, lo cual te lleva a una situación de mucho estrés que termina por desarmarte emocionalmente, y esto a su vez hace que cada vez que te sientas en el escritorio rindas menos. Para empeorarlo todo, desde la universidad el apoyo que recibes es intermitente y escaso, y tu aislamiento se convierte en soledad.